Bossa Nova


Creo que fue ayer o anteayer cuando nuestras confidencias convergieron en torno a Ficcino y la Bossa Nova. No resulta extraño siendo aquel lugar refugio perfecto para una tarde que se nos hace ya imprescindible, cosa de la canícula, también de la pasión. Juntos fuimos recordando la historia de las historias, aquella que cuenta cuando Marsilio Ficcino, Pico della Mirandola, Lorenzo Valla y sus alegres compañeros florentinos de la academia que fundara Cósimo de Medici, se ocuparon de reinterpretar a Platón, topándose casi sin querer con un cierto espíritu occidental que algunos llamaron neoplatonismo, una curiosa filosofía que amaba la libertad y detestaba la tiranía: «la especie humana, que es libre por naturaleza, no debería estar, de hecho no puede estar, unida por ningún temor, sino solamente por amor.» Le gustaba decir a Ficcino. Los frutos literarios y artísticos del llamado humanismo colmaron la ciudad del Arno de buena filosofía e inteligencia, al menos hasta la llegada al convento de San Marco de un fraile Dominico, natural de Ferrara, que se hacía llamar Savonarola. Sus inflamadas prédicas contra la nueva y bella manera de ver las cosas acabaron muy pronto con la industriosa alegría florentina, Lorenzo de Médici  se vio obligado a solicitar perdón al siniestro fraile antes de morirse de pena, Botticelli pronto cambió sus espléndidas Venus, Pallas y Floras por cientos de extraños y compulsivos bocetos que pretendían reflejar fehacientemente el infierno del Dante, un joven e influenciable Miguel Ángel pasará de pintar Venus con aspecto de vírgenes a reflejar Vírgenes con aspecto de madres dolorosas, en lo que fue un triste y general sometimiento a la oscuridad y a la intolerancia, de forma que la Florencia renacentista, aquella nueva Atenas, proporcionada, áurea, neoplatónica y geométrica casi dejó de existir. Nos preguntamos, entonces, si no hemos aprendido nada de ello.

Y si, por nuestra parte vamos sabiendo cosas, elementos que nos explican, al igual que Ficcino (De Amore) quería explicar las fuentes del Amor:

“El Amor nace de semejanza; la semejanza es una cierta cualidad, la misma en varios sujetos; por ende, si yo soy semejante a ti, tú, por necesidad, eres semejante a mí. Y por ende, la misma semejanza que me constriñe a amarte, te constriñe a amarme. Además de esto, el amador se quita a sí mismo, y se da al amado, y en consecuencia se vuelve pertenencia del amado. Así, el amado cuida de aquél como de cosa suya; porque a cada cual le son muy caras sus pertenencias. A esto hay que agregar que el amante esculpe la figura del amado en su alma. Entonces, el alma del amante llega a ser casi un espejo, en el que luce la imagen del amado. Por lo que, cuando el amado se reconoce a sí mismo en el amante, se ve obligado a amarlo.”

Pareces ignorar que contemplarte en ocasiones corta el aliento, cuando de perfil enciendes un cigarrillo y me miras, concluimos que aquellos estudiantes más bien acomodados de Rio de Janeiro, como João Gilberto y Antonio Carlos Jobim, junto a músicos venidos de otras tierras como Stan Getz, dieron alguna vez con la belleza, que es, de creer a Ficcino como hoy le creemos, decir también bondad y excelencia, ya sabes que me gusta afirmar que hay días, maldita sea, que no deberían terminar jamás.

Deconstruyendo a Stendhal


«No tienes que representar ningún papel conmigo, Steve. No tienes que decir nada ni hacer nada. Sólo silba. ¿Sabes silbar, no? Juntas los labios y soplas»

Lauren Bacall a Bogart en Tener y no tener (To Have and Have Not)

Hoy, cosa de diletantes, te cuento de los desvanecimientos sufridos por Stendhal en  la Santa Croce de Florencia; cuando allí ante el monumento al Dante, contemplando la belleza que le rodeaba, temió perder el sentido. Algún psiquiatra aburrido le dijo luego síndrome al azoramiento momentáneo, bien de Stendhal, bien de Florencia, eso va en gustos. Y si, de paso que contemplo sin prisa el campanile que guarda amablemente nuestros secretos, observo, procurando que no repares en ello, ese encuadre de tu rostro acotado por el arranque de la ceja y la curva de tu pómulo. Allí lucen libres las aguamarinas con la intensidad y la largura que Sandro Botticelli imaginó una vez en la mirada inmortal de Simonetta Vespucci; concluyo que siendo el que suscribe un punto neoplatónico, no es difícil comprender a Stendhal, en absoluto, lo difícil ahora es convivir con este instante y continuar con todo lo demás como si en realidad importase cualquier cosa fuera de ti.

Restos de serie


“Un impulso irresistible me arrastraba a verla de nuevo. Un instante, tan sólo un
instante, para grabar su imagen más profundamente en mi espíritu y después partir y soñar con ella toda la vida.»

Armando Palacio Valdés: “La alegría del capitán Ribot”

Usted no tiene porqué saberlo —me dijo esbozando media sonrisa—, pero llevo veinte años muerto, o al menos semimuerto, como viudo o como quien ha perdido las gafas de leer. Procuro que no se me note y lo hago muy bien, sólo de vez en cuando derramo un cierto hastío que los más cercanos son capaces de percibir, aunque ignoran por completo la causa de mi disgusto. El resto del tiempo represento muy bien el papel de vivo, excelentemente diría yo, produciendo con orden y a plena satisfacción, atendiendo a unos y a otros, celosamente aplicado a mis afanes sin cuento; incluso se dice que poseo un carácter afable y despreocupado, claro que de eso se trata.

Y ahora, si me dispensa, debo retirarme a la alcoba para vestirme de bonito y salir a aguardar el nuevo año con el decoro que requiere.

Algo se mueve en el audiovisual gallego


 

Por el momento, no me permiten contar mucho, pero os aseguro que pronto oiremos hablar de MÁSCARAS, una producción extraordinaria en lo formal y no menos en el factor humano, el que más importa.

 Aquí una entrevista y aquí  otra al presidente de la Xunta de Galicia.  Ambas tuvieron lugar en el sarao posterior a la proyección.

Santa Teresa blues


“Hablar verdaderamente con alguien es abrazarlo, y en cuanto cruzamos las primeras palabras tuve la sensación de que habíamos empezado a hacer el amor.”

(Paul Auster)

Un “Santa Teresa”, dos, tres o los que vayan cayendo, tu palabra poderosa y sincera, el privilegio de escucharte y afuera la tormenta; aun sabiendo que la vida es pozo de sorpresas, tal vez esta que me ofreces hoy es la única que verdaderamente hubiese querido tener, tanto hacía que no habíamos hablado, tanta mirada hurtada a tu pupila azul, tanto seguir con la vista perdida tus pasos soberanos cada vez que te desvaneces en la distancia, tanto encogerse de hombros y continuar con los quehaceres y hoy, bendita fortuna, reparas en mí y me cuentas de anhelos y penitencias mientras fumamos sin prisa al abrigo del último bareto abierto en el malecón. Se, maldita sea, que no soy el mejor de los hombres, pero reflejarme en la luz de tu mirada, abrazarte largamente frente al mar, decirte soy yo, estoy aquí, es gloria tan absoluta como inesperada;  algo, demonios, he debido hacer bien en otra vida, para que tu, princesa distante, me colmes con tus dones, precisamente ahora que te creía inalcanzable y protegida por el manto de la tenue y burguesa felicidad.

 

No nacimos para perseguir las palabras
Menos, para hacer un fetiche de éstas
Qué va.
No nos hemos rifado por eso.
Los brazos los hemos abierto
Para ti.
Para nada nos interesa la poesía.

(Pedro Granados, Al filo del reglamento – fragmento)

The Final Cut


Caminar a favor del destino te mantiene al socaire de indolentes, comediantes, mansurrones y otros dioses paganos; se trata de aguardar sin urgencias y saber decir adiós con la mano. A su debido tiempo los quehaceres se enderezan y los asuntos retoman su lugar; es entonces, poco más o menos, cuando casi indefectiblemente una voz que creías suspendida te cuenta, como no, de lo riguroso de su alcoba, que todo resulta absurdo en la ausencia, que aquellas viejas calles se transitan muy bien según se va acercando el Ferragosto; cumple hacer la valija, buscar los cuatro papeles que necesitas para hablar cuarenta y cinco minutos sobre venticuatrenos segovianos y el tráfico atlántico, tomarse el tiempo justo de espantar los enanos del semestre y saludarles cordialmente con la mano; lejos, tras la despedida, acude el convencimiento de que apenas los actos oportunos son los que salvan, circunstancia completamente ajena al mediano pasmar de fatuos, espectros y blanquecinos resabiados en general, goodbye a todo eso:

BLANCANIEVES SE DESPIDE DE LOS SIETE ENANOS

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

Leopoldo María Panero (Incluido en Antología Cátedra de Poesía de las Letras Hispánicas. Selección e introducción de José Francisco Ruiz Casanova. Cátedra Letras Hispánicas. 500.1998)

Juan Caramuel en Anatomía de la Historia


Brooklyn Nest


Leon Paley consultó de nuevo la hora en su viejo e infalible Chopard de manecillas azules, en ocasiones se preguntaba por qué seguía confiando en aquel voluminoso diablo de tan solo veinticuatro horas de autonomía, le habían dicho que había sido fabricado en 1963 por Paul André, el nieto del primer Chopard; siempre podría venderlo a buen precio a cualquier estúpido que se las diese de coleccionista, pero Leon Paley presumía de mantener ciertos principios, no vender jamás su Chopard era uno de ellos. Las 8 y 12 minutos, tenía tiempo aún, en realidad tenía todo el tiempo del mundo ahora que ya nadie parecía necesitarle, pero Leon seguía imponiéndose ciertos horarios, algo le decía en su interior que no tener horarios atrae la desgracia —la muerte busca con saña la ociosidad—, se decía a menudo frente al espejo, a la vez que se afeitaba exactamente a las 7,30 cada mañana. Pensó que ya que caminaba a buen paso por la Séptima Avenida en dirección a la entrada principal de Prospect Park donde se encontraba la principal sucursal de la Brooklyn Public Library, bien estaría voltear la siguiente esquina y caminar un rato por la calle Lincoln hasta el número 169, donde podría adquirir uno de aquellos increíbles bollos calientes en Fait’s. No eran precisamente Donuts, sino auténticas rosquillas rellenas de una crema que era más chantillí que pastelera. Una verdadera delicia que a su edad no debería permitirse, como los habanos o el vermouth de barrica que pensaba tomarse a mediodía, pero Leon Pasley no comprendía muy bien todo aquel catecismo de los guardianes de la salud, él sólo se sentía mal cuando prescindía de aquellas cosas, ya se había visto separado de demasiadas costumbres, Emily había sido la última, la sola idea de alterar uno más de aquellos pequeños actos diarios le incomodaba profundamente.

Emily, si, no le guardaba ningún rencor, le parecía que los organismos humanos, los tan ponderados dueños de la creación, no se diferenciaban tanto de cualquier otro ser vivo, —los ciclos— se decía, las plantas se ven sometidas a ciclos, nacen, crecen, se desarrollan, tienden a procrear, degeneran y mueren. Sólo unas cuantas flores en el largo trayecto recuerdan que quizás su historia particular había valido la pena, todavía le parecía que Emily le había amado alguna vez, pero nunca tuvo certeza de aquello, hacía ya tanto tiempo que apenas se acordaba.

Mientras retiraba de las comisuras de sus labios los últimos restos del delicioso chantillí de Fait´s, buscó en las profundidades de su abrigo la última lista de tareas para el semestre, debía encontrar algún asunto de los  que apasionan allá en el circunspecto bar de los confusos, dónde se hacen las grandes preguntas, si la humanidad camina hacia la esperanza o malvive en el territorio del hipotálamo primigenio, condicionada por milenios de errática selección natural, ocupada en formar depredadores naturalmente egoístas, antes que seres imbuidos de una cierta misericordia y espíritu de humanizada cooperación. En otras palabras, ¿caminamos hacia el hombre nuevo o transitamos en la nada del determinismo genético? Sobre esto  iba creyendo que, a pesar de lo que todos tenemos bien presente, nunca tiempos pasados han sido mejores, de eso estaba bien seguro, ¿qué vendrá luego? Esperaba que una cierta convergencia de las redes humanas hacia formas razonables de producción y convivencia, pero —se dijo— llevará tiempo. En la lista estaba también Claudio Rodríguez; aquel fragmento de poema, Nest of lovers, desgraciadamente el libro no lo traía completo, pero el breve segmento de entrañable sinceridad que llevaba hoy consigo se lo había aprendido de memoria:

 Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
Alza tu cara ahora a medio viento
con transparencia y sin destino en torno
a la promesa de la primavera,
los manzanos con júbilo en tu cuerpo
que es armonía y es felicidad,
con la tersura de la timidez
cuando se hace de noche y crece el cielo
y el mar se va y no vuelve
cuando ahora vivo la alegría nueva,
muy lejos del recuerdo, el dolor solo,
la verdad del amor que es tuyo y mío.