«Cuando Nicolás Sartine encontró a Anne de Groot…»


Fragmento de la novela «Sartine y la guerra de los guaraníes» Edhasa, 2010. En la imagen, fuerte de Colonia del Sacramento (Uruguay)

Era casi un grog, pero allí a pesar de estar aderezado con una buena cantidad de limón, todavía le llamaban ron. Bendito licor que le permitía liberar el pensamiento de ataduras y malas conciencias. Luego supo que a las melancólicas canciones que iba desgranando con dulzura la rotunda holandesa del Bom Tesouro se les decía modinhas. Desde su mesa en la esquina, apoyado contra la húmeda pared de cascote, sostenido por el ron y el aroma de su larga pipa de espuma de mar, el intendente había alcanzado un estado similar a la felicidad sosegada que se experimenta cuando el mundo rueda en orden y a plena satisfacción. Acompañada por los sones de las mandolinas, la voz de la mesonera devenida en cantante arrastraba siseante la extraordinaria musicalidad del portugués con gracia y profundidad.

“Tu não te lembras da casinha
Pequenina
Onde o nosso amor nasceu»

Le dio por pensar, entonces, que tal vez debiera hacer algo por su vida, por su futuro. Escribir siquiera a María Falcón, que era deliciosa y le quería bien. Pero siempre encontraba una excusa u otra para no hacerlo, otro trago de ron le ayudó a poner en claro aquello. Reconocía el valor de la letra, su capacidad para provocar actos, sabía —se dijo— que la virtud de la buena literatura era, en primera instancia, la música, después, sólo después, venía el remover de conciencias y la explosión de los sentidos. Y aún así no era suficiente, todos caminamos urgidos por las metáforas y el trabajo de orfebre, manoseando las palabras sin caer en la cuenta de lo poco que importan; aquí prima la realidad, lo único trascendente es vivir, tocar, palpar, oler, sentir la materia en la que se construyen las cosas, mientras todavía tengamos tacto. Lo demás es describir sombras reflejadas sobre la caverna del tiempo, soñar pieles y paisajes, lo demás es humo, no es nada. La vida, siempre la vida sobre el papel y los conceptos —se repitió casi susurrando—. Sartine sabía muy bien que nunca cambiaría un verso perfecto por la paz de aquel cafetín frente al Tirreno a la puesta del sol, así, a la vera eminente de Catalina Lassaletta, cuando le había hablado tal vez para siempre. Claro que su amor perdido iba, afortunadamente, diluyéndose en su ánimo y en su recuerdo. Para ello nada mejor que comprobar cada día lo ancho que era el mundo y la infinidad de bondades que podía ofrecer, por ejemplo, aquella cantante holandesa, de piernas eternas y finos tobillos. Al fin, había regresado aquella noche sólo por contemplarla de nuevo. Tal vez era demasiada hembra, una mujer muy grande, pero qué demonios, él también lo era y aquella dama extraña y perdida en el fin del mundo poseía una mirada verdiazul, de pupilas casi trasparentes, decididamente embriagadora.

El Bom Tesouro se había quedado vacío de parroquianos, apenas se dio cuenta, la holandesa dejó de cantar casi súbitamente y se acodó en la barra sujetando un porongo de yerba que le aclarase la garganta. El intendente creyó que, desafortunadamente, era ya tiempo de apurar su último ron y marcharse; pero una agria discusión entre la tabernera y su patrón, le animó a prolongar un poco más su estancia por ver en que paraba aquello, o mucho se equivocaba o la discusión tenía algo que ver con su presencia allí, tal vez, sólo tal vez, la cantante había reparado en él, con su aspecto un punto inquietante, de lobo solitario al acecho de lo que el río revuelto le pudiese traer.

“Ven, él no es mi dueño”, le pareció entender que le decía en aquel exótico portugués suyo, mientras le tomó la mano con delicadeza para sacarlo de allí. Caminaron en silencio a través de las quedas calles de Colonia, Sartine quiso decirle algo, tan sólo unas palabras que pudiesen confirmarle que la deseaba, que justificasen su presencia allí, pero ella no parecía necesitarlas, le abrazó fuerte la cintura, apretó su mejilla contra el pecho del intendente y le indicó la entrada de una casita de adobe pintada de colorado. Más tarde, perdido en su pecho suave y generoso, abandonado ya a los sentidos, el intendente entonó las palabras que siempre surgían de sí de forma espontánea, como una plegaria o un motete mil veces repetido: “me has salvado la vida”, ella sonrió y le besó de nuevo en los labios.

«Vendrá la muerte y dirá mi nombre», una novela de Luis R. Cao


ABC-Galicia 16/01/12

“Ahora contemplo nuestras caras severas y constato con dolor que no hubo hombres libres entre nosotros” de Vendrá la muerte y dirá mi nombre. Luis Rodríguez Cao, zarabanda edicións.
Hay a quien asegurar que la cultura gallega padece cierto ensimismamiento la ha costado algún que otro disgusto. No obstante, parece evidente que algo de eso hay, lo ha habido siempre, aquí, por un  tradicionalismo mal entendido  o por simple pereza intelectual, nos debatimos entre la vanguardia apenas intuida y el enxebrismo galopante que aflora a la menor oportunidad. Pero ahora el panorama resulta objetivamente peor, nos encontramos bien lejos de aquel bullente mosaico intelectual de la generación NÓS, de la fuerza creativa de Os Novos, del entusiasmo, en fin, del laboratorio de formas de Sargadelos, cuando el recientemente fallecido Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane trabajaban generosamente, codo con codo y en plena dictadura, en la defensa de ideas hermosas e innovadoras. Tampoco estamos, desde luego, en aquellos tiempos de creatividad desbordada, cuando, por mantenerse al cabo de las cosas del mundo, Don Vicente Risco se hacía enviar periódicamente a su domicilio revistas tan raras y especializadas como las parisinas Literatture, órgano de expresión del arte negro, Nord-Sud, su homóloga cubista o Dadá 391.
Es por esto que la salida al mercado de la última novela de Luis Rodríguez Cao (Lugo, 1957) supone un halito de esperanza en medio del gris marengo de nuestra cosa cultural. “Vendrá la muerte y dirá mi nombre” es, diríase que por fin, texto intemporal, desubicado, pura y total literatura, 112 páginas que le dejan a uno arrasado y sin aliento, confuso ante lo absurdo de un destino no elegido, cuyo dolor ni siquiera la música más sublime puede paliar. Ya sabrán que Luis no es precisamente novel en el asunto literario, dos obras teatrales y cuatro de narrativa señalan una trayectoria sólida y fértil que, en mi opinión, apuntaba con claridad a presentar más pronto que tarde una obra tan redonda como la que hoy tenemos entre las manos.
Desde su conocimiento de las esencias humanas como músico y especialista en sobredotación de los servicios de la Xunta de Galicia, Luis R. Cao nos recuerda a todos y a nadie, por momentos encontramos en su obra trazas infinitesimales de “Viajes por el Scriptorium” —el Paul Auster más inquietante—, en otros, la decadente elegancia de Sándor Márai, ya saben, esas frases eternas de “El último encuentro”: «Uno acepta el mundo, poco a poco, y muere” o “La realidad no es lo mismo que la verdad, la realidad son sólo detalles…”. Si, ciertamente, Luis es nuestro Márai, un espíritu casi centroeuropeo, embutido en una arquitectura gallega y bien gallega, justo lo que, tal vez, estábamos necesitando, no deben perdérselo.

El sepulcro de Sir John Moore, nuevo artículo en Torre de Artabria


«El hombre de los cacharritos»


El «Sansón de Extremadura» en Anatomía de la Historia


«Maldita Crisis»


Artículo publicado originalmente en ABC-Galicia 6/01/12

 

“El mocetón se despertó bien pasadas las 12 del mediodía ataviado con bragas, sujetador y un piercing en la nariz. Estupefacto se miró al espejo y se preguntó ¿pero aquí que ha pasado? ¿Esto qué es? Con una resaca como si el caballo de Atila estuviese cabalgando en su cabeza, cerró los ojos y se metió de nuevo en la cama a penar su lamentable estado”. (40 preguntas y respuestas para entender la maldita crisis, Teófilo ediciós, pág. 48.)
Estos días de diciembre frío e incierto se ha presentado en la Fundación Barrié de La Coruña el libro 40 preguntas y respuestas para entender la maldita crisis, obra del director de análisis económico del Banco Pastor, Carlos Sánchez-Tembleque y del director de Onda Cero-Galicia Ignacio Capeáns. Una excelente iniciativa de Teófilo edicións que ha querido congraciar el talento para la divulgación económica veraz y rigurosa de  Carlos Sánchez-Tembleque, con la amenidad periodística de Ignacio Capeáns.
Ambos se conocen muy bien tras colaborar juntos en la sección “economía fácil” del programa radiofónico de Capeáns, que cada lunes nos informa a los gallegos, de manera llana y sencilla, de los oscuros devenires de esta economía nuestra que nos trae por la calle de la amargura.
“40 preguntas” se convertirá sin duda alguna en un texto de referencia para todos los que estén interesados en saber por qué hemos llegado a esta situación de anemia vital, que nos tiene pendientes del telediario como si del parte de guerra se tratase. Primas de riesgo danzarinas, amenazas de intervención, congelación de salarios, subidas del IRPF, recortes sobre recortes, cifras del paro disparatadas, pensiones en riesgo… una verdadera tormenta perfecta donde no vale ni el “sálvese quien pueda” porque no hay camino por donde escapar, la crisis, amigos, somos todos y aquí nadie se salva.
Puestos en semejante tesitura, bueno es que, al menos, alguien se tome el trabajo de explicarnos claramente, subrayo lo de claramente, por qué malditos céfiros hemos llegado hasta aquí, desde aquellas “subprime” del Misisipi, pasando por la burbuja inmobiliaria, los activos tóxicos o las malhadadas agencias de “rating”. Todo esto, amén de la respuesta a incómodas preguntas como: “¿es solvente nuestro estado de las autonomías?”, lo encontrarán en este libro tan ameno y divertido como profundo en sus aclaraciones. Algunas, cortas, escuetas y a la vez demoledoras, ahí les dejo una de ellas: “O cambiamos o nos cambian”, más claridad no se puede pedir.