Tamburas el griego, uno de mis clásicos


De chaval leía mucho a Verne y a Salgari, también a Forrester, el de Horatio Hornblower. Yo creo que de ahí y de Robert Graves viene mi gusto por la novela histórica, recuerdo una en especial: Tamburas de Karl Heinz Grosser; una novela extraordinaria a caballo entre la Persia de Cambises y el Egipto de Psamético, con mercenarios jonios por medio. Pensándolo bien, algunos de mis secundarios, excesivos y gritones, como Felipe O’Conry o Diego García de Paredes, tienen bastante que ver con las sensaciones leídas en aquella maravillosa novela. Aún aprendo de la delicadísima sensualidad de algunas de sus escenas. Hoy. Casi por casualidad, encontré en la red la portada original que en los años sesenta había publicado Bruguera, ha sido como regresar a la adolescencia, si lo encuentran, léanlo, se pasa un buen rato con Tamburas el griego, tiene un aire con el Sinuhé de Waltari, pero resulta mucho más vital sin perder por ello rigor documental. En mi opinión, una obra maestra.

¿Quiere vd. adentrase en la narrativa de asunto naval? Lea primero Ships and Science.



Conocí a Larrie D. Ferreiro en el otoño de 2005, cuando, gracias a su generosa invitación, acudí como autor invitado al congreso internacional “Tecnology of the ships of Trafalgar”. Larrie es ingeniero naval e historiador extraordinario, sin duda alguno uno de los mayores expertos mundiales en historia de la marina clásica. Recientemente ha publicado Ships and Science: The Birth of Naval Architecture in the Scientific Revolution, 1600-1800. Una obra redonda que ha sido considerada ya como un elemento esencial de referencia cuando se quiere recrear con rigor la época de los grandes veleros de guerra, esto han opinado los expertos:


«A work of the highest importance, linking science, ships, and sea power.”
Andrew Lambert, Laughton Professor of Naval History, King’s College London

“A marvelous voyage of discovery, written in a very readable manner which will appeal to all, from the curious to those of us actively practicing the profession.”
Stephen M. Payne OBE, Vice President and Chief Naval Architect, Carnival Corporate Shipbuilding, designer of the Queen Mary 2

“This authoritative and engaging history leaves one eagerly anticipating its sequel.”
Alex Roland, Professor of History, Duke University


Pero es que además, Larrie posee el don de entretener enseñando, sólo el comienzo del volumen resulta toda una promesa de excelente literatura: «Naval architecture was born in the mountains of Peru, in the mind of a French astronomer named Pierre Bouguer who never built a ship in his life.» Los que saben de esto me comprenderán, este libro se convertirá en el referente de muchos otros, en el inicio de grandes historias de navíos y espías, de olor a pólvora y salitre, tal vez allí, alguien descubra que nuestros constructores navales no lo hacían nada mal, un tal Jorge Juan Santacilia andaba por entonces tras los pasos andinos de Bouguer…

¿Son necesarios los agentes literarios?


A menos que se disponga de un cónyuge ocioso dedicado a observar por encima del hombro lo que vd. escribe, tortura que no le deseo a nadie, que posea además cierto instinto comercial y las relaciones editoriales suficientes, yo diría que sí. Últimamente he leído por ahí verdaderos alegatos denostando el papel el agente en el concierto literario. A menudo se les acusa de mantener un excesivo chalaneo con los editores, de preocuparse más por anticipos y resultados inmediatos que por el futuro de la carrera de sus representados. En realidad el asunto no es tanto así, si se tiene en cuenta el volumen de manuscritos que recibe una editorial cada día, resulta evidente que sin la mediación de un profesional, lo más probable es que nadie lea el envío de un autor, sea novel o no.

No digamos nada si se trata de vender derechos de traducción a otros idiomas, ahí si que la figura del agente es ya imprescindible. Lo mismo podríamos decir en cuanto a la negociación de royalties con el mundo del audiovisual. Pero hay mucho más, los buenos agentes son también expertos literarios que aportan conocimiento y buen consejo al autor, normalmente un autista sentado en una silla, bastante desconocedor de su propia realidad, cuando no un endiosado incapaz de comprender cómo no le han erigido todavía una estatua en su pueblo. Si un autor no ha perdido todavía su capacidad de escuchar y atender a lo que se le dice, bien haría en contar con un agente de confianza, ahorrar en algo así es, probablemente, condenarse al ostracismo literario, amén de perderse una estimulante relación profesional que a menudo se basa en el afecto, la confianza y el estímulo intelectual. Este artículo que hoy les traigo de Flavia Costa en el digital argentino Clarín, reflexiona larga y cumplidamente sobre esta controvertida figura, creo vivamente que tras su lectura tendrán una idea más clara en torno a la función de estos profesionales en el concierto cultural y las nuevas tareas que se les van suponiendo.