Lobo Gris, lo último de James Nava



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Mi buen amigo el escritor James Nava, que es hombre de vida intensa y muchas facetas, viene de publicar su tercera novela,  Lobo Gris, excelentemente acogida por la crítica. Un nuevo thriller marca de la casa, que combina como nadie naturaleza, política y espionaje. Nada como conocer el asunto que se trata para bordarlo en negro sobre blanco. Evasión de primera muy recomendable. Aquí les dejo algunas de las críticas que ya ha recibido:

Tiene el encanto de las novelas clásicas, con pinceladas de enorme talento. Un thriller impresionante, que recupera el conocimiento de los lobos y las leyendas indias. LA RAZÓN

Captura todo lo hermoso y lo despiadado de los seres humanos. Atrapa en sus páginas toda la belleza salvaje y dura de las Montañas Rocosas.
La Vanguardia

Retrata con gran riqueza de matices las personalidades de los agentes de la CIA y el mundo de los lobos. Una novela tremendamente gratificante.
El País

Un thriller fascinante, culto y muy bien documentado. Un argumento audaz, cautivador, y entretenido. El autor conjuga hábilmente inteligencia y suspense. Un vívido retrato de la vida en las montañas Rocosas y un ingenioso uso de las claves de las novela de espías.
ANTENA 3

James Nava narra con pericia una historia que resulta absorbente, extraordinariamente bien ambientada en el Oeste americano, con un estudio psicológico de los personajes muy notable y una intriga emocionantísima. Es una novela inteligente, excitante y entretenida. El autor usa sus enormes conocimientos para contarnos el universo de los lobos y la historia de un agente de la CIA.
Página 2 – TVE

Hay muchos libros que merece la pena leer y que apenas reciben atención mediática. Es el caso, por poner un ejemplo, de “Lobo Gris”, de James Nava (Editorial El Tercer Nombre). Una novela que nos introduce en el fascinante mundo de los lobos y de uno de los centros de poder que más comentarios suscita: la CIA. La narración, que se produce de forma trepidante, nos conduce desde las montañas de Montana hasta las operaciones clandestinas de la CIA.
“Lobo Gris” destaca por su pulcritud literaria y un ritmo sobresaliente, por su perfecta ambientación, y por contarnos una historia real, actual y creíble, con una fuerza vibrante que convierten a James Nava en un novelista de primera fila. Los grandes medios de comunicación tienden a fijar su atención en los consagrados, pero de tanto en tanto surgen escritores como James Nava, que combinan de manera natural el rigor y el entretenimiento, permitiendo que atisbemos el mundo que nos rodea con una sensibilidad envidiable. Creo que la mejor novedad del año es “Lobo Gris”, por sus enormes cualidades, aún por descubrir para mucha gente.
Daniel López, ABCD las Artes y las Letras, Diario ABC

“Lobo Gris” es un relato brillante que te mantendrá pegado a sus páginas hasta el final. James Nava maneja con habilidad los recursos del espionaje y el ecologismo e introduce en su novela más sorpresas y giros imprevistos que diez escritores de thriller juntos.
La trama está tan bien elaborada y presentada que te mantendrá en vilo, pero te hará disfrutar cada capítulo. El ritmo es sostenido y la acción imprevisible. Una lectura obligada y sorprendentemente entretenida.
Cristina Fuentes, EL PAÍS

¿La edición tradicional en crisis?


libros

Recientemente Michael Living publicó en el New York Times el artículo que aquí les traigo en el que reflexiona sobre el papel de editoriales y agentes en un mundo cambiante, donde la web tiene cada día más que decir. Una reflexión interesante, aunque en mi opinión maniquea en exceso, por mi experiencia personal he de decir que no todos los editores son iguales, tampoco los agentes literarios, aquí el azar y la suerte todavía resultan decisivos y cada uno habla de la misa como le va en ella, claro es.

La muerte de las editoras tradicionales

Michael Levin*
Enero 29, 2009

Hace algunas semanas murió la industria editorial. La debacle económica fue el meteorito que golpeó al dinosaurio en la mismísima frente. La única sorpresa fue que las editoriales tradicionales duraran tanto.

Los despidos de los ejecutivos de la industria, los recortes masivos de personal en las más importantes casas editoras, así como la decisión de por lo menos una de las grandes editoriales de no aceptar nuevas propuestas de libros indican, de conjunto, el fin de la influencia de las grandes empresas del ramo. Por supuesto, seguirán operando para alimentar con libros de celebridades a un público obsesionado con ellas, y lo harán a través de puntos no tradicionales de venta de libros, como Wal-Mart y los supermercados locales. Pero el ramo que comenzó con editores que amaban los libros y publicaban lo que ellos querían está desapareciendo, víctima de su incapacidad para encontrar una razón de ser en el mundo de Internet y la impresión según demanda.

Los despidos son la consecuencia inmediata de una economía que se hunde, pero la muerte de la publicación tradicional es, en realidad, un suicidio. El ramo editorial devino demasiado grande y necio para poder sobrevivir, una víctima de su propia arrogancia y sus prácticas comerciales insensatas.

¿Quién escogió esto?

¿Existe acaso otra industria que escoge sus novísimas ofertas a partir del capricho colectivo de un grupo de personas (los responsables de las adquisiciones) que apenas poseen experiencia comercial? ¿Existe alguna otra industria que produzca miles de productos nuevos cada año y sólo brinde apoyo mercadotécnico a un puñado de ellos? Incluso los Tres Grandes del automotor realizan pruebas de mercado antes de que sus autos aparezcan en los salones de exhibición.

Dificultades para publicar

Hace 20 años, los editores hablaban de la regla del 80-20: el 80 por ciento de los dólares para publicidad se destinaban al 20 por ciento de los libros. Hoy, la regla más bien es del 90-10, o incluso del 99-1. Si el doctor Phil publica un libro nuevo en el mismo catálogo de autores noveles, obtendrá todos los dólares de mercadotecnia, mientras que un autor nuevo tendrá que conformarse con las migajas. Como resultado de ello, las ventas del autor novel serán tan escasas que los agentes y editores tomarán la (mala) decisión de que la obra de éste nunca podrá venderse, por lo que el autor jamás conseguirá un contrato.

Cuando entro en una biblioteca o una librería y estudio las nuevas ofertas de las grandes editoriales acabo siempre haciéndome las mismas tres preguntas: ¿Por qué decidieron publicar esta obra? ¿Quiénes, según aquéllas, desean en realidad adquirirla? ¿Qué otras obras rechazaron si fue ésta la que contrataron?

A fin de cuentas, ¿qué nos ofrecen las grandes editoriales? Sobre todo lo mismo, una y otra vez: tratados políticos que se inclinan a la izquierda o la derecha (pero que ofrecen más calor que luz). Libros de dietas y ejercicios que no son más que un refrito de lo dicho por otros libros de dietas y ejercicios: coma menos y muévase más. Libros que reciclan a otros autores dándoles un giro religioso o con un nuevo punto de vista en cuanto a cómo hacer más dinero. O libros que no se cansan de hablar pero no dicen nada nuevo.

En una ocasión el director ejecutivo de una gran cadena editorial admitió que sólo el 2 por ciento de los libros de sus tiendas se vendían; el resto era “papel de tapizar”. En realidad, debido a la mala calidad del material que publican y el escaso esfuerzo que hacen por vender libros, las grandes empresas no actúan como si se preocuparan de su negocio

El sdal o síndrome del agente literario

Están también los agentes literarios, una clase formada por la gente con menos mentalidad comercial y menos organizada de todo el mundo de los negocios. Si trabajaran en cualquier otro ramo serían despedidos debido a sus hábitos de dejar que los proyectos languidezcan, se deslicen entre grietas y queden a mitad del camino. Pero esto no ocurre en el mundo de las publicaciones, donde no existen los plazos de entrega. Nunca he logrado comprender cómo logra sobrevivir la mayoría de los agentes literarios. Son notoriamente irresponsables cuando se trata de estar al tanto de sus obligaciones, de mantener el contacto con sus clientes y manejar las propuestas editoriales que hacen. ¿A qué se dedican entonces los agentes editoriales, de quienes sus clientes suelen quejarse porque no responden sus llamadas telefónicas o sus e-mails?

Quizás si hiciesen un trabajo mejor de revisión y selección de proyectos y propusieran a las editoriales libros interesantes y vendibles, aquéllas tendrían más material para trabajar. O quizás ni siquiera así lo tendrían.

Yo llamo “Síndrome de distracción del agente literario” (SDAL) al modo de trabajar de la mayoría de los agentes literarios. No sé a ciencia cierta qué es lo que los distrae de hacer su trabajo básico, que no es otro que el de leer y criticar las propuestas y buscar contratos de edición. Cómo subsiste la mayoría de ellos sigue siendo un misterio para mí.

Y acabará siendo un misterio para ellos, toda vez que el futuro de la publicación por royalties resulta poco o nada ventajosa para la inmensa mayoría de los libros. Ahora se está avanzando hacia un modelo en el que los autores obtienen una parte al final en vez de un adelanto generoso al principio. Mi última averiguación mostró que el 15 por ciento de 0 equivale a 0. Por consiguiente, a no ser que los agentes se hagan mucho más eficientes, tendrán que buscar trabajo en otros campos, tal como hacen los editores que han perdido sus empleos.

Entonces, ¿cuál es el futuro? Siempre habrá millones disponibles para las Hillary Clinton y otros pesos pesados de la política que buscan contratar la publicación de sus libros. ¿Por qué? Porque si usted es Sumner Redstone y es el propietario de Viacom y desea hacerle una donación a una senadora famosa, usted podrá enmascararla como un adelanto que realiza su división editorial Simon & Schuster. Y siempre habrá espacio para lo que incluso la industria editorial acostumbraba a calificar de “libros que no son libros”, es decir, materiales sobre gatos, dietas nuevas y nuevos medios de llegar a Dios sin necesidad de rezar o de hacer algo por sus contemporáneos.

El futuro ya está aquí… Y tiene que ver con usted mismo

Entonces, ¿cuál es el futuro de la industria editorial? Después de decenas de años, los trogloditas que dirigen los imperios editoriales de Nueva York nunca reflexionaron sobre cómo sobrevivir en la era digital. La importancia que tienen hoy las grandes editoriales puede compararse con la de la industria tradicional de la música (casi muerta) la radio FM (casi muerta) o las tres grandes estaciones de televisión (siguen respirando, pero son cada vez menos relevantes en un mundo de hágalo usted mismo y 600 canales). Las grandes empresas de edición subsistirán como entes modestos y menoscabados, pero nunca gozarán de la importancia que tuvieron.

El futuro es el de las publicaciones que están en nuestras manos, que dependen de nosotros y de aquéllos con algún dinero para autopublicarse mediante una compañía de impresión según demanda y las que se ocupan de crear sitios web donde publicar e-libros. Dicho de otro modo, el futuro de la publicación tiene mucho que ver las con emisiones destinadas a grupos específicos, como ocurre con la música y el video.

En este caso usted mismo es el escritor y el editor (y también, el que se encarga de la venta, en algunos casos con la ayuda de una empresa de autopublicaciones). Usted escoge su público, se encarga de comunicarse directamente con él, sin necesidad, por fin, de arrastrarse a los pies de los agentes literarios y responsables de las adquisiciones, cuyos empleos, para decirlo con franqueza, están desapareciendo. Conozca al nuevo jefe: usted mismo.

¿Qué hace uno con tanto poder? Vender a montones. Utilizar la Internet 2.0, la red social de Internet para establecer contactos con el público específico al que va dirigido su libro. Se conecta con él a través de Facebook, You Tube, GoogleAds, o cualquier otro medio nuevo, atractivo, que aparezca mañana. Poner las ideas de uno en manos del público, de la misma manera cómo las bandas noveles ponen su música en los oídos de los escuchas del mundo entero, sin que medie la excesivamente comercializada y agotada industria editorial

De esta manera usted consigue decir lo que desea y a aquéllos a los que quiere llegar, y puede hacerlo ahora mismo, sin necesidad de esperar todo un período, ya tradicional, de dos años, cuando ya sus ideas languidecieron en medio de la brega por conseguir que un agente literario le preste alguna atención, por lograr firmar un contrato de publicación, a sabiendas de que su libro permanecerá en un limbo hasta que, ¡por fin!, llegue la fecha de publicarlo.

Con los métodos modernos y baratos, la fecha de publicación coincide con el momento en que uno termina el manuscrito, espera unos pocos días para que una empresa de publicaciones prepare el libro y lo imprima.

Es excitante, algo fantástico, y está al alcance de su mano. La edición tradicional murió, víctima de su propia arrogancia. ¡Escritores del mundo, álcense sobre los restos de los trogloditas! Un mundo nuevo espera, y todo depende de ustedes mismos.

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* Michael Living, del New York Times, es autor de más de 60 libros, algunos de los cuales se convirtieron en best-sellers.

Juan Marsé, al fin


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“Fue seguramente por aquel entonces cuando empezó a ponérsele esta escarcha rencorosa en los ojos y esta tristeza en el pelo” (de Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé)

Que a la familia le vaya bien resulta ser buena noticia si todavía se mantiene el corazón desempañado de aversión y fracaso. “No le ha ido mal” —piensa uno—“Al final, milagrosamente, no le ha ido mal” pese a la inquina institucional y el premeditado desprecio de un gobierno que ya no es el suyo, que ya no lo es de casi nadie, como no lo fue de Vázquez Montalbán, ni de Gil de Biedma, ni de Barral, ni lo será nunca de Mendoza, Arcadi o Boadella, pues no son cultura, no representan, sobre todo, a la cultura catalana. A estas alturas uno ignora ya quien será el que la represente, fuera de la decena de panegiristas del régimen amparados por gruesa subvención. Igual da, la literatura fluye a su modo y por su camino, al exacto margen de prebostes endomingados cuya cuenta corriente resulta ser directamente proporcional a lo obtuso del discurrir. No obstante, gratifica que de vez en cuando se reconozca el trabajo de quien sólo se dedica a escribir al margen de consignas e indicaciones normalizadoras. Y ocurre que Marsé, que nació Faneca y cambió de apellido en un taxi negro y amarillo el mismo día en que se dio al mundo, escribe con la intensidad del que sabe de qué va esto, de qué va, en concreto, Barcelona y las micro historias de quienes la pueblan desde Sant Gervasi al Paralelo. Tres líneas de Marsé arrojan más sabiduría al mundo que la totalidad del texto de las Bases de Manresa, esa es la verdad pese a quien le pese. Lo que importa aquí, lo que ha importado siempre, es la vida fluyendo muy dificultosamente cada día, la lucha por la existencia y el logro de un lugar al sol, incluso si se nace charnego, incluso si además se tiene la poca visión política de no avergonzarse de ello, de no comportarse como un sumiso renegado, aún sabiendo que un simple cambio en la actitud le puede convertir a uno en el mismísimo presidente de la triunfante república ilusoria de Cataluña.

Yo creo que era el curso de 1981, manejaba por entonces un ejemplar en rústica de Las últimas tardes con Teresa, ella me lo había regalado, en mi facultad también proliferaban los progres de salón, eran hirsutos, barbados, poco estudiosos y tenían la mala costumbre de indicarnos sin permiso el camino a seguir. Ahora, confortados por el poder, nos gobiernan con puño de hierro y van haciendo cumplir una por una sus visiones proféticas. Sigo sin hacerles ni caso y así me va. También estaba aquella mujer y una pequeña scooter, yo, que no soy precisamente el pijoaparte, no sabía conducirla y ella me enseñó, supe que me quería por el modo en que me rodeaba la cintura transitando a poca velocidad por el campus. En aquella ocasión, poco más o menos cuando reclinó su melena rizada sobre mi espalda, me salvó la vida, ocurre que para siempre, aún me alimento de aquel instante, ajeno como estaba a todo lo que no fuese la total y completa felicidad, fue más que suficiente. Estas cosas y cosas como estas, Juan Marsé las conoce bien y las cuenta mejor, que disfrute intensamente del Cervantes, bien merecido lo tiene.