“Poco influían en Scrooge el frío y el calor externos. Ninguna fuente de calor podría calentarle, ningún frío invernal escalofriarle. El era más cortante que cualquier viento, más pertinaz que cualquier nevada, más insensible a las súplicas que la lluvia torrencial. Las inclemencias del tiempo no podían superarle. Las peores lluvias, nevadas, granizadas y neviscas podrían presumir de sacarle ventaja en un aspecto: a menudo ellas «se desprendían» con generosidad, cosa que Scrooge nunca hacía.”
Cuento de Navidad, Chales Dickens
Cierta ambivalencia en disposición y sentimientos, molestias orgánicas en las honduras faríngeas y bastante laxitud anímica; aparentemente la singularmente alargada navidad de Otilo Stingler había transcurrido bajo la sensación de haber salvado alguna suerte de mobiliario frente a una previsible hecatombe vital. Y no obstante, persistían ciertas sensaciones inevitables, el mundo se le había poblado de satélites orbitando persistentemente en torno a su cabeza, elementos en realidad bastante molestos y esencialmente irrelevantes. Existía aquello de la lealtad al pasado y la lealtad al futuro y el dolor que conlleva, existía también la fatiga que causa el sufrimiento y no poder enmendarlo o no hacerlo del todo y sobre ello el hastío. Y no obstante, Stingler a fuerza de malas noches, caminaba hacia ciertos convencimientos mucho menos epidérmicos. Las malas noches avivan la consciencia, eso no se duda y en medio de aquellos viajes avivados por lo prostático, lo faríngeo y el tabaquismo, averiguó que llegado a la edad madura podía proclamar ciertos anhelos confesables y otros que no lo eran tanto. Uno podría verse uncido al yugo de las permanentes urgencias como un viejo buey castrón de piel gruesa y arrugada, aguijoneada mil veces por la crueldad del pastor, uno podría verse como una avefría cautiva del insolente cuco anclado en sus demandas, pero aún cabía soñar en la liberadora irresponsabilidad; soñar en la existencia de la valija escueta, en el sombrero de paja, en el trópico soleado, en la sabia labor adormecedora del ron añejo, en la benzodiacepina experta en bajar el telón con cierta dignidad y en probar a conciencia las permutaciones del amor que le venían de natural a cada paso por la vida; soñar, en fin, en la improbable egolatría.
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