Hablando de nigromantes en la corte de Felipe II


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ELIZABETH: THE GOLDEN AGE, cine histórico, pero menos


 

La época de Isabel I de Inglaterra y la de los Tudor en general, siempre se ha mostrado muy cinematográfica, exponiendo al mundo las glorias de la primera expansión naval inglesa. Esta vez, me parece que la nueva versión de los tiempos de la Reina Virgen que nos propone Elizabeth: the Golden Age, tiene mucho más de panegírico del personaje de lo necesario. Sobro todo si esto se arbitra por contraste con un Felipe II —interpretado por el español Jordi Mollá— transido por un determinismo religioso ignorante y enfermizo, que, al parecer, le había convertido en un tipo temblón, irritable y miedoso, situado bien cerca de la debilidad mental.

Es posible que el Rey Prudente fuese un megalómano, pero desde luego su personalidad se situaba muy lejos del bobo obsesivo que se quiere retratar:”I hear. I obey. My Lord and my God” son sus primeras palabras en el guión. En realidad, la historiografía más seria suele concluir que Felipe de España era más un fatalista que cualquier otra cosa. Así describía la personalidad del Rey un embajador veneciano hacia 1557:

«Así como la naturaleza ha hecho á S. M. débil de cuerpo, así tambien lo ha hecho de ánimo algo tímido, de lo cual se vieron señales, cuando se movió la guerra con el Pontífice y el Rey de Francia; no es templado en la calidad de los alimentos especialmente en los pasteles y es incontinente en los placeres sexuales, divirtiéndose en andar de máscara por las noches aun en medio de graves negocios, y le placen mucho diversos juegos. Muestra de ordinario ser más propenso á la mansedumbre que á la ira, y así á los embajadores, como á cualesquiera que con él negocien, da señales de ánimo humanísimo, sufriendo pacientemente las calidades de las personas y las extrañas peticiones que se le hacen, satisfaciendo á todos con las palabras y con los actos. A las veces usa expresiones ingeniosas y agudas y oye con gusto gracias y donaires; pero si al comer le rodean los bufones, reprime su contento, mientras que en su cámara deja que se explaye la risa».

Aún consciente de su misión como defensor del catolicismo, Felipe sabía muy bien que el destino no estaba asegurado por eso. Se dice que apenas se inmutó en público cuando fue informado del fracaso de la Gran Armada, era algo que bien podría pasar, no le cogió de sorpresa. Tampoco sentía miedo ante la muchedumbre, al contrario, si alguna vez se hubiese congregado algún tipo de muchedumbre en El Escorial, circunstancia absolutamente imposible, no se hubiese acobardado como se refleja en la película, de hecho tenía por costumbre departir con quien se le acercaba con alguna petición tras la misa en el Alcázar madrileño. Tampoco creía en nigromantes y agoreros y, en caso de que alguna vez entonase en público alguna palabra malsonante, no lo haría repitiendo “bastarda”, “bastarda” a cada paso, eso seguro.

Por lo demás, la película se deja ver, aunque sólo sea por disfrutar de las ambientaciones de la época y de la recreación del combate naval frente a los blancos acantilados de Dover. Aunque los planos picados que muestran a cada paso el gótico espectacular de la catedral de Wells, resultan algo cansinos y el guión, que camina permanentemente de Lord Howard a Elizabeth y de ésta a Bess y Sir Walter Raleigh resulta más propio de un tefilme que de la gran pantalla.

Geofrey Parker; regreso a los clásicos


Llevo unos días en trajín, a la búsqueda de algunos datos para la próxima novela, en este caso necesitaba recordar como se llamaba y en qué consistía un juego, a caballo entre el Palé y la Oca, muy popular en la corte de Felipe II; amén de algunos otras noticias curiosas sobre elefantes portugueses, jarabes de ruibarbo y alambiques de agua destilada. Por más que intenté salirme del «Felipe II» de Geofrey Parker. Que es biografía no muy larga y en edición bastante ruin; no hubo caso. Ni Kamen, ni Cabot, ni siquiera el senador de la Historia que fue Don Modesto Lafuente, pudieron aportar alguna luz a aquellos asuntos. Parker si. Definitivamente no encuentro una biografía mejor, domina con igual maestría lo público y lo privado, los grandes hechos y las «cosas de la real casa», hoy que lo he vuelto a mirar, se lo recomiendo vivamente, afortunadamente la Historia no es una ciencia, por más que se la quiera presentar así. Cuenta mucho lo que se dice, pero cómo se dice, eso, amigos, resulta fundamental.