«La Guerra de de Sir John Moore» reseñada en Anatomía de la Historia


Breve Historia de los Borbones en la Revista Clío


Dentro del monográfico de biografías nº 6 dedicado por la revista Clío a la casa de Borbón, se incluye nuestro trabajo sobre Felipe V, basado en la Breve Historia de los Borbones Españoles.  Un verdadero placer estar ahí; placer doble además al compartir publicación con José Luis Gómez Urdáñez, encargado de reseñar a Fernando VI. La revista está ya disponible en sus kioscos.

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Leen «El Gran Capitán» y nos lo cuentan


«La guerra de Sir John Moore» ya disponible en Punto de Vista


 

Cuando en el cada vez más distante verano de 1986, ejercí junto a otros compañeros, por entonces recién licenciados en Historia Moderna, el trabajo de cicerone de algunos de los profesores ponentes en el primer Congreso de Jóvenes Investigadores en Historia, recuerdo cómo caímos al final de una tarde plomiza de domingo en el coruñés jardín de San Carlos que, naturalmente, formaba parte obligada de una visita a los lugares relevantes de la ciudad. Entre los sufridos turistas se encontraba Anthony Thompson, profesor en la inglesa Universidad de Keele, quien desde primera hora de la mañana y hasta entonces había soportado con estoicismo de gentleman, pero no sin cierto cansancio en el rostro, la desordenada sarta de explicaciones y contraexplicaciones, dudas teóricas y apoyos bibliográficos con las que la troupe de neófitos que tenía por acompañantes tratábamos de ilustrarle sobre cada palmo de las venerables piedras, reflejo de la historia coruñesa, que le hacíamos contemplar a cada paso. Hasta entonces sólo había encontrado algún consuelo en el intercambio de miradas de mutuo apoyo con el profesor genovés Gianni Revora, a quien su carácter latino le impedía mantener el hieratismo de su colega británico, y hacía tiempo que preguntaba con insistencia si sería posible abandonar la visita por un instante, antes de perecer de sed al menos. Thompson estaba ya a punto de olvidar todas las normas de cortesía que le habían sido inculcadas tras muchos años de paciente educación, para pasar a suscribir airadamente las más que razonables peticiones de su colega, cuando, para general sorpresa, se detuvo en seco, fijó la mirada en un punto indefinido del horizonte y comenzó a recitar con ojos húmedos por la emoción, en voz alta y como de memoria, la última estrofa del célebre poema que el frágil clérigo irlandés Charles Wolfe dedicara a sir John Moore, la misma que antecede e ilustra este párrafo, y que se podría traducir de esta manera:

“Despacio y tristemente lo depositamos / En tierra, con su sangre aún fresca y roja; / No alzamos ni una piedra, ni una línea grabamos, / Pero allí lo dejamos a solas con su gloria.”

A todos nos sorprendió bastante aquella repentina actitud, tan rara de ver en un sesudo especialista en historia de la guerra. Luego nos explicó que siempre había respetado profundamente la figura del teniente general Moore, a quien consideraba en muchos aspectos arquetipo del militar juicioso, de rostro humano, que resultó imprescindible para la salvación de una Inglaterra acosada por Napoleón. Sin embargo, no era solamente el haberse encontrado sin esperarlo ante el monumento consagrado en el Jardín de San Carlos a la memoria de su ilustre compatriota lo que le había emocionado de aquel modo. El motivo era bastante más sencillo, le había sorprendido extraordinariamente encontrar, grabados sobre una placa de mármol y en un lugar preferente de una ciudad española, los versos de Wolfe que había tenido que memorizar una y otra vez en su época de escolar. Por lo que pudimos entender entonces, el poema de Wolfe era para los ingleses lo que la canción del pirata de Espronceda para nosotros, un texto de referencia para los estudios de primeras letras. Circunstancia que un par de años mas tarde, confirmó John Elliott, premio Príncipe de Asturias, célebre autor de la España imperial, y entre otras obras de trascendencia, de la biografía más autorizada del conde-duque de Olivares, quien vivió una experiencia parecida cuando visitó la ciudad con motivo de los actos conmemorativos del centenario de la Gran Armada de Felipe II contra el inglés, la tristemente famosa Armada Invencible.

No sabía entonces que el azar me conduciría con el andar del tiempo, y por casualidad a ocuparme, aunque sea de forma sucinta y con afán casi meramente compilador, de la figura de sir John en su período hispano y especialmente de lo acaecido en sus últimos días, vividos como es sabido librando una cruenta batalla en las cercanías de la ciudad de A Coruña, antes de pasar a formar parte por su mérito del panteón de ilustres que Inglaterra recuerda con respeto en la londinense Catedral de San Pablo y, más importante aún, de la memoria colectiva de todo un pueblo, gracias a las virtudes didácticas de unos serventesios afortunados, los únicos de trascendencia que el irlandés Wolfe, escritor de salmos píos, compuso en su vida. Es por eso que ahora recuerdo con alguna melancolía aquellas amables escenas y deseo dedicar este trabajo a nuestros recordados y sufridos visitantes.

Además de un breve estudio biográfico y del análisis de la campaña británica en España (1808-1809) dirigida por sir John Moore y su peculiar retirada a través del Noroeste peninsular, exponemos aquí las circunstancias que rodearon los comienzos de la guerra de la Independencia en Galicia y especialmente lo sucedido en A Coruña en aquellos difíciles momentos. Nos pareció importante hacerlo así, pues muy a menudo la utilización, casi en exclusividad, de las fuentes estrictamente británicas por parte de la historiografía más difundida, a la hora de analizar este período presidido por la figura de sir John, desvirtúa un tanto, en nuestra opinión, la realidad de las cosas. Y, desde luego, si algo queda claro tras juzgar el proceder de Sir John Moore es que siempre, desde el principio hasta el final de la campaña, mantuvo firme su opinión de que la estrategia de aquella guerra en España estaba mal planteada desde el principio y que, mientras la situación continuara así, resultaba imposible obtener un éxito reseñable. Por ello centró todo su esfuerzo en salvar a su ejército, cosa que finalmente logró, aún a costa de su vida, planteando una batalla defensiva de excepcional nivel táctico. Por cierto que la reflexión metódica, la duda y la cautela eran elementos muy característicos de su forma de conducir un contingente militar, al menos cuando sir John ostentaba la máxima responsabilidad como oficial superior al mando, de hecho ya había mostrado una actitud similar en la campaña de Suecia. Muy distinta era su forma de proceder cuando cumplía órdenes de otros, por lo general bastante más decidida, como veremos en otros muchos casos, como en el de la campaña de Egipto o el de la guerra de la Independencia estadounidense.

 

También en Amazon.es

Muy pronto en Punto de Vista Editores: La guerra de Sir John Moore


Esto nos dice la editorial: El historiador Juan Granados aborda en esta sucinta obra una semblanza biográfica del general británico sir John Moore, con especial énfasis en sus dos últimos años de vida, que coincidieron con su campaña en el noroeste peninsular durante la guerra de la Independencia española (1808-1809), concluida con el célebre embarque del ejército británico en aguas del puerto de A Coruña, salvando así las opciones de victoria aliadas en la guerra contra Napoleón.

ATENTO A TUS PANTALLAS

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Romanza del hombre muerto


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        “Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.”

De “El hombre muerto”. Horacio Quiroga (1879-1937)

Emily se ha ido a cumplir con algún afán exterior, en tanto me voy poniendo al día de novedades y, por entretenerme y sin éxito alguno, degluto uno tras otro caramelos de menta-melissa o menta-limón, según van saliendo de su bolsa, por olvidar el tabaco que me acompañaba desde casi el inicio de los recuerdos semiadultos. Hoy asombra recordar, la muerte tan sabida, la muerte que sin duda llegará, la muerte que pensamos aplazada; anclada en un horizonte que desde luego no es hoy, tampoco mañana; la muerte, cuando llegue la muerte…asunto cierto pero casi retórico; y así de repente te contemplas a ti mismo en decúbito supino sintiendo el final cierto, tu, que estabas charlando un instante antes con una copa en la mano y la sonrisa esa que gastas en los labios y los niños, cuanto crecen, por allí sueltos y alegres; en decúbito supino sólo se ven cabezas parlantes, semejan adustas y preocupadas, se muere vd. caballero; no decían eso, pero sí lo decían y el traqueteo de la camilla, mas cabezas, mas luces y mas prisas y sientes que te apagas, maldita sea, como el cabo de una vela y ese dolor que no se aplaca con nada por mas que te pinchan y te enchufan, el ronroneo áspero del motor mal ajustado de la ambulancia, no hay manera de llegar, de ver el final. Al cabo de todo eso no hay luces brillantes, ni parientes perdidos, ni música celestial, hay oscuridad y una extraña resignación con la que nunca hubieses contado, apenas importa nada porque es el fin. Tú, tal como eres y ni siquiera piensas en proveer para los pequeños, que queden bien, que no les falte de nada; ni eso puedes pensar ya, te estás apagando.

“Oiga amigo, ponga una mano bajo su culo, que la camilla es muy estrecha y se puede caer”; el tipo aquel, el preboste, no era amable pero poseía el don del perdón y la habilidad de resucitar muertos. Llegué allí con una soga al cuello, mas el amo hizo un gesto, desfallecí dos veces, me dijeron luego, pero el preboste, el señor, decidió mostrarse gracioso, mandó retirar la soga y otorgó el indulto. Recibí una conminación: “y ahora no fume mas”, yo ya no era el hombre muerto, caminaba hacia una cierta prevención orgánica de revisión y asiento de ánimo y fluidos; luego, días después, me depositaron en la calle; vivo, pues, indultado como un morlaco sobresaliente, conocedor del súbito llamado de la muerte.