“Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad.”
Paul Auster
Veintiséis años, exactamente veintiséis años, cinco meses y tal vez ocho o diez días después para descubrir ciertas falsedades. El coche olía a viejo y a tabaco, no obstante su cansado motor ronroneaba a plena satisfacción y la tapicería aterciopelada otorgaba un extraño sentimiento de confort al viajero; tras el cristal, el mar, delicadamente enarbolado por el viento y la lluvia, clamaba por su atención. Sin duda hacía frío fuera, el tiempo era decididamente inclemente, pero Rooney Ledo solo tenía ojos para contemplar el perfil de Emily. Habitualmente era ella quien conducía, lo hacía con cierta indolencia, recostada sobre su asiento, manteniendo un cigarrillo en la mano que el volante dejaba libre. Conducía muy bien, como si no se hubiese dedicado a hacer otra cosa en su vida y aquello era una suerte porque él detestaba hacerlo y aquello le permitía disfrutar plenamente del mal tiempo de noviembre en la costa en medio del acompasado run-run de los limpiaparabrisas, también de la contemplación de aquel soberano perfil; su boca carnosa y perfilada, la mirada casi trasparente enmarcada en unas pequeñas gafas que solo utilizaba cuando el sol comenzaba a ocultarse, los cabellos permanentemente ensortijados, la sencilla naturalidad que desprendía aquel afortunado conjunto de accidentes genéticos que eran muy capaces de cortar el aliento si uno reparaba en todo ello a la vez. Pero —se dijo entonces— aún había mas, la todavía incipiente convivencia con Emily le había mostrado ciertos caminos de paz y pasión que hasta entonces solo había sido capaz de intuir, apoyado como iba en las torpes muletas del pasado. Había tardado exactamente veintiséis años, cinco meses y tal vez ocho o diez días en comprenderlo, no se lo dijo entonces, pero se lo diría, tenía derecho a saber que deambulaba en su viejo Oldsmobile junto a un cretino lleno de conmiseración hacia sí mismo, incapaz de comprender que la tenue infelicidad, esa que nadie en tu entorno es capaz de descubrir, procede de mitos, casi nunca de realidades y que, afortunadamente, en ocasiones el destino te regala una tormenta a bordo de un veterano automóvil que huele fuertemente a tabaco.
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