En el 500 aniversario de la muerte del Gran Capitán…seguimos con algunas críticas de mi novela


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El «Sansón de Extremadura» en Anatomía de la Historia


Diego García de Paredes, el Sansón de Extremadura


Este interesante hilo del foro de Hislibris nos da pie para recordar aquí a uno de los personajes centrales de mi novela «El Gran Capitán». A fe que aquel gigantón excesivo nos dio buen juego literario y más que dará cuando alguien se decida a dedicarle la novela que merece. Algo que ya reclamaba Cervantes desde las páginas del Quijote:

«Hermano mío, dijo el cura, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos, y este del Gran Capitán es historia verdadera, y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo el Gran Capitán, renombrado famoso y claro y dél merecido. Y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de un puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, e hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y escribe él asímismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes»

(Don Quijote de la Mancha, parte primera, capítulo trigésimo segundo)

Y así era, el incansable general del Gran Capitán, antes había servido al Papa y a César Borgia, tuvo tiempo de escribir una singular autobiografía que llamó «Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes, la cual él mismo escribió y la dejó firmada de su nombre como al fin de ella aparece«. Narración un tanto caótica aunque apasionante y punto increíble, que se lee de corrido. Como advertía Cervantes, Paredes narra los acontecimientos como quien relata el discurrir de una plácida jornada campestre, sin asomo alguno de vanidad, a pesar de contarnos, por ejemplo, como daba buena cuenta, uno tras otro, de los desafortunados sujetos que le iban saliendo al paso una mala noche:

«Saltamos en compañía, siendo yo de guardia, los enemigos me acometieron por dos partes; dímonos tan buena maña con ellos, que se perdieron los más muertos y heridos; y porque peleando con ellos dije «España, España» fui reprendido del capitán Cesaro Romano, diciendo que yo era traidor. Yo le dije que mentía, y fue necesario combatir y Dios me dio victoria y le corté la cabeza, no queriendo entendelle que se rendía. Sabido por el Papa, mandome quitar la compañía porque me prendiesen, y así se hizo y fui preso en la tienda del General; y a media noche aventuré a salirme, tomando de la guardia una alabarda y con ella maté la centinela y salí fuera, y la guarda tras mi hasta la guarda del campo y allí reparé por la mucha gente que venía. El capitán, alborotado, detuvo a la gente con mano armada, no sabiendo por qué fuese yo así a la centinela, demandándome el hombre; yo no se lo supe dar y acometiome y matelo, y así salí fuera del fuerte y fuime al campo del Duque, donde fui bien recibido, aunque la noche pasada había hecho daño en ellos».

La «Breve suma» se haya transcrita en el célebre volumen que compendia las Crónicas del Gran Capitán, obra del infatigable Don Antonio Rodríguez Villa: (Crónicas del Gran Capitán. Nueva Biblioteca de Autores Españoles. Vol. 10. Ed. Antonio Rodríguez Villa. Madrid, Bailly/Bailliére e hijos, 1908). Que todavía se puede encontrar en un buen número de bibliotecas españolas. Existe también un estudio crítico sobre su autoría que aquí les dejo.

Con todo ello podrán disfrutar largamente, rememorando las hazañas de un tipo permanentemente cubierto de hierro, capaz de enfrentarse a medio ejército francés en el puente del Garigliano o de arrancar de un tirón las rejas que protegían la ventana de su amada. Como buen español, la épica le falló al final, semejante valentón no merecía morir a causa de un mal traspiés:

«Falleció Diego García de Paredes en Bolonia, de achaque de que unos caballeros mancebos derrocaban con el pie derecho una paja de la pared, poniendo de corrida en ella el izquierdo; él quiso probar también y cayó, y murió de achaque de la caída».