La camiseta naranja


“¿Cómo podría acontecer, si la salvación estuviese al alcance de la mano y pudiese ser descubierta sin gran esfuerzo, que fuera casi despreciada por todos? Mas todas las cosas excelsas son tan difíciles como raras.”

Baruk Spinoza, sobre la felicidad, último escolio de la Ética.

 

Pausa de mediodía. Contemplar la vida pasar, convenientemente sentado en la mejor casa de kebab de Atenas, es placer que se agradece y ya se añora. Cada uno a su afán, la circulación de personal es abigarrada y espesa, huele a oriente en la cuna de occidente; sésamo, albahaca, orégano, cebolla seca, tal vez algo de curry, también pimienta negra, laurel, canela,  romero,  hinojo y  nuez moscada; olores idénticos a los que se pueden descubrir en cualquier rincón de Estambul, como idéntica resulta la textura del ouzo a la del raki turco. Con agua fresca, el tono anisado de un brebaje más sabio de lo que aparenta, alivia sed y urgencias.

En la mesa de al lado, una pareja de mediana edad, traslada sus malos humores a la cosa turística, él aparenta leer, ella musita reproches, obviamente cambiar de aires a veces no sirve, los problemas viajan muy bien, sobre todo si es cuestión estructural y permanente, nada que hacer por esa vía. Hace tiempo que contemplo el elegante deambular del hombre de la camiseta naranja. Es todavía joven, las enormes patas de gallo que engalanan sus ojos casi negros, hablan de alegría y facilidad para la risa. Tiene encargo bien humilde, convencer a los clientes para que ocupen una mesa en el restaurante del patrón. Permanece allí, incansable, bajo el sol a cuarenta y tantos grados. Va y viene, recibe las negativas con una sonrisa y un encoger de hombros encantador, se vuelve, bromea con los camareros que se afanan sudorosos con ensaladas y platos de ese kebab extraordinario. A ratos ríe con algún chascarrillo, si pasa un niño le sonríe y le hace una carantoña, se aparta para ceder el paso a las damas de mayor edad y así cada día, al mediodía y por la noche, va, viene, sonríe y se encoje de hombros. El hombre de la camiseta naranja, humilde y seguramente muy mal pagado,  conoce cosas que muchos ignoran, es cuestión de actitud, contemplarlo con agradecimiento, admirar su estilo en la distancia, no se paga con nada.

«Cuando Inglaterra…» nuevo artículo en TdA


«Cambios y permanencias» hablando de la Pepa el día del bicentenario en Anatomía de la Historia


Y aquí les dejo algunos comentarios de Vicente Torres al artículo anterior:

De laberintos


«Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.»

(De Los dos reyes y los dos laberintos J. L. Borges)

Hay certezas apenas intuidas, asuntos mayores que escondemos en la caverna de los olvidos a fin de seguir siendo y existiendo. Tengo para mí que Borges, divino ciego, bibliotecario universal, poseía la certeza de que no se puede esconder lo imprescindible. Vivir entre laberintos barrocos, idas, vueltas y retruécanos, puede resultar entretenido y hasta terapéutico. Todo lo contingente tiene cabida ahí y mediano pasar, incluso puede devenir en confort y serena quietud, risa tal vez y disfrute de lo menor: pero habiendo conocido siquiera un instante lo imprescindible, que nada tiene que ver con lo bueno, lo excelente, lo mejor y menos aún con lo conveniente, todo lo demás es subsistencia y efecto placebo. Se podrá mantener la dignidad, cierta presencia sobre el mundo, pero esto no impedirá que, lejos del laberinto del engaño, el camino sea siempre uno y el mismo, aún cuando el ángel inclemente te haya expulsado del paraíso.

Narraba CJC en un cuento menor, me parece que era en El gallego y su cuadrilla, que un pobre chaval de familia burguesa se empeñaba cada día en acompañar a los pilletes que repartían la leche por el barrio. También cada día, los repartidores vejaban, insultaban y se burlaban del muchacho. Cuando alguien extrañado por tan rara querencia le preguntaba: “pero tú, chico, ¿porqué te empeñas en seguir a esos tipos?, el chavalillo siempre respondía: “es que a mí, es lo que más me gusta”.

Al gato de Harold Alvarado le dicen Borges


La virtud de la buena poesía es, en primera instancia, la música, después, sólo después, viene el remover de conciencias y la explosión de los sentidos. Y aún así no es suficiente, caminamos urgidos por las metáforas y el trabajo de orfebre, manoseando las palabras sin caer en la cuenta de lo poco que importan; aquí lo único trascendente es vivir, tocar, palpar, oler, sentir la materia en la que se construyen las cosas, mientras todavía tengamos tacto. Lo demás es describir sombras reflejadas sobre la caverna del tiempo, soñar pieles y paisajes, lo demás es humo, no es nada.

Un correo electrónico de mi querido Harold Alvarado Tenorio me lo vino a decir, aunque no con estas palabras, las suyas son mejores, la vida, siempre la vida, sobre el papel y los conceptos. Pese a que a su gato siamés le dicen Borges, Harold no cambiaría un verso perfecto por la paz de aquel cafetín frente al Egeo a la puesta del sol, así, a tu vera eminente,  yo tampoco, por eso puedo hoy leer de su mano:

Lector

Lector de libros inútiles
mira tu vientre adiposo
y tus manos corroídas por la artritis.
¿De qué sirvieron
las horas gastadas en pos
de una belleza de papel y palabras?
Más hubiese valido
saborear, ahora que ella te ronda,
las fragancias que ofrecía de joven.
La vieja desdentada no dará más de sí
como tú mismo, hoy que lamentas
los días y los meses de comercio
con libros y metáforas.

O también:

A traves del vidrio

(Fragmento)

En un principio innecesario hablas de ti.
vena de la lengua que no para
miseria del ombligo que no cesa el ritmo de la
vida,
corazón, bellota del seso,
hablas de ti,
ya que no eres.

Lost in translation


 

Conozco a quien afirma que pasado mañana no habrá sorpresa ni desasosiego. Hacen bien en decirlo, porque tienen razón; luego estamos otros que, sentados a la vera del camino con cierta perplejidad, conocemos que mañana, lo que de verdad ocurrirá mañana, tendrá su cálido interés. Puede que el encuentro sea fortuito, también episódico, puede que la distancia regrese eterna, never more, seguramente; pero nada vuelve a ser lo mismo, nunca es lo mismo, la memoria persiste sobre el encuentro y con eso es suficiente. Nunca se debe denostar a quien por un instante cometió la gentileza de apreciar tu amplia y grosera humanidad; si además te ha concedido la gloria de la risa, no se admite queja ni reclamación. Otorgar buenos momentos es nuestro deber, nuestra única gloria.
Si aún no han visionado “Lost in Translation” deberían hacerlo, explica muy bien estas cosas, diríase que esenciales. Al menos si uno se va acercado a la edad del incomparable Bill Murray, mi hermano americano.

Del tiempo y la existencia


Jesús Hilario Tundidor (Zamora, 1935) es poeta anclado en esencias ya difíciles de ver, estos días, de casualidad, leí al bies en un boletín para escritores este delicioso fragmento de su epístola a Rafael Alberti:

si vieras las espigas
de la patria, su cielo
azul, el alcotán, el alma
mísera de Castilla, aún tan hermosa,
pero tan apagada y tan vencida…

Y así, ciertamente, estamos o nos tienen. No obstante, conviene hoy recordar a través de su palabra que la libertad de trazar nuestros destinos es, al final, cosa de cada quien; vivir antes que escribir, conviene no olvidarlo:

Así que cuanto más intenso sea nuestro existir, más apasionadamente sentiremos nuestra propia realidad, más iluminadamente dotaremos a nuestra poesía de lucidez y contenido, dilatando nuestra vida, dotándola de sentido hacia una finalidad hermosa de creación que nos salva de la misma nada que nos cerca y somos.

Cfr. Artuñano, G: “Dos entrevistas fundamentales”, ABC Castilla y León (23/1/2000).

 

Fotografía de Pilar Moreiras