“Hay pocas cosas en las que aún creo y a partir de las tres de la mañana el futuro se reduce a las proporciones angustiosas de un túnel en el que se entra mugiendo el dolor antiguo que no se consigue sanar, antiguo como la muerte que hace crecer dentro de nosotros, desde la infancia, su musgo pegajoso de fiebre, invitándonos a la inacción de los moribundos, pero existe también, ¿sabe?, esa claridad difusa, volátil, omnipresente, apasionada, común a los cuadros de Matisse y a las tardes de Lisboa, que como el polvo de África atraviesa las rendijas, las ventanas cerradas, los espacios blandos que separan unos botones de la camisa de otros, la pared porosa de los párpados y la textura de cristal asesinado del silencio.”
António Lobo Antunes
El dolor moral se tacha de “inquietud interna” y “natural procesión de elementos sin resolver”, caben cientos, miles, de definiciones mas, en las que por lo general domina la palabra “angustia” o alguna de sus allegadas; nada de esto es relevante, el dolor es en ocasiones un manto negro que nace del miedo al mañana y lo cubre todo de seca incertidumbre; el dolor te señorea y te obliga a gastar muletas de aquellas viejas de la guerra, que aplastan el sobaco a cada intento de progreso en el caminar. El dolor moral, en fin, tiene que ver con cierta consciencia y cierta honestidad, tiene que ver con la imagen que nos devuelve el espejo, nunca la que quisiéramos, sino la que es volteada ciento ochenta grados sobre nuestra estúpida vertical por una imprimación a base de nitrato de plata y alguna cosa mas en la que acostumbramos a reflejarnos casi por inercia tres o cuatro veces por día. Y no obstante, sobre todo ello, la tarde en Lisboa anuncia quedamente el final del invierno, el aire es aún fresco, pero algunos rayos tenues de sol sorteando esforzados las nubes bajas del río iluminan extraordinariamente un mar que ya aparenta ser meridional. Sobre el dolor queda, entonces, el caminar bajo la luz, un vino grueso en la casa alentejana, acudir junto a ti aunque sea lamiéndose las heridas del pasado hirsuto y esperar, aguardar a comprender mejor las razones de la vida, arrojar a un lado del camino las muletas y caminar balbuceante como un cervato malherido, buscando el olor de la tarde, confundido entre miles de almas que, lo sabes muy bien, no han hecho otra cosa en la vida que emprender cada día el mismo camino que tu.
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